lunes, 20 de enero de 2014

Jim Malloy, los bolivianos y la revolución

Posted by Gonzalo Rojas Ortuste 16:16:00, under | No comments

* (Cfr. La Paz, www.noticiasfides.com/... 29 de noviembre). Acorde a mi oficio, que esté año retomé con renovado vigor y frecuencia, releí el magnífico tomo Bolivia: La Revolución Inconclusa que el CERES de Cochabamba tuvo a bien publicar casi dos décadas después de su inicial aparición con el sello de la Universidad de Pittsburgh (1970), donde años antes se presentó como tesis doctoral. Por las mismas razones académicas releí la anterior semana La Formación de la Conciencia Nacional de nuestro admirado René Zavaleta. Se escribieron en los mismos años, luego de la caída del MNR en 1964 y aunque los uso en el curso para propósitos diferentes, no puedo evitar aquí una rápida comparación. El trabajo de Zavaleta, en una prosa trabajada, dolida y a momentos indignada “dicho siempre con una dicción muy boliviana, entre prieta y torrencial, apeñuscada y abreviatoria” como dijera y escribiera mi querido maestro, el uruguayo Carlos Martínez Moreno. Esa sensibilidad me retroae a mis años formativos en la UNAM, pero visto de nuevo ahora, es claro que ese trabajo de René es el de un militante forjando la misma conciencia nacional del título, es decir, el trabajo del activo compañero nacionalista. En cambio, el trabajo del Prof. Malloy tiene, como ya señalamos, un explícito talante académico, aunque con unas notas y alusiones no muy frecuentes en el medio académico estadounidense. Da cuenta del proceso revolucionario en nuestro país más allá de los tres días de enfrentamiento armado, donde, sostiene, los revolucionarios se ven compelidos a formar un nuevo orden estatal, tarea nada fácil puesto que aunque los recién llegados habían tenido éxito denostando el “superestado”, era claro que institucionalmente era muy precario lo existente, y peor luego de la marejada revolucionaria dispersa y corporativa a lo sumo, cuando no francamente localista. Sin embargo de tal caracterización y de su tesis principal, a la que volveré luego, no es una mirada simplificada de tan tumultuoso acontecimiento. Lo que muestra con gran claridad, a partir del recojo de entrevistas a actores claves del periodo, políticos y dirigentes sindicales, es lo cambiante que fueron las correlaciones de fuerza y el papel equilibrador y atenuador del Dr. Paz Estenssoro, además claro, de capitalizar para sí el liderazgo del proceso. No están exentas de su relato las acciones heroicas y a veces suicidas de los actores del drama, pero el principal aporte está en explicar la racionalidad de los cambios y tomas de posición, bastante más pedestres (por ejemplo búsqueda de “pegas”) que los rimbombantes discursos. Así, la conclusión final, que da título al trabajo no deja de ser incómoda pero pertinente, por eso escribo este texto: La Revolución boliviana, a diferencia de otra cercanas en el continente, no tuvo un éxito similar en su permanencia con sus titulares partidarios, porque el conflicto entre el reparto o distribución de ingresos representaba una presión tan alta que impedía una inversión o acumulación para desarrollo de inversiones de maduración más lenta aunque más estratégica. Por eso es una tarea inconclusa, no importa la cantidad de violencia o movilización empleada. ¡Qué contraste con la situación actual, de un régimen que se dice revolucionario y no encuentra maneras más visionarias de invertir el capital estatal disponible! Pero volvamos a Jim Malloy y ese trabajo que marcó definitivamente su orientación en la ciencia política norteamericana. Lo traté como a mi tutor en los comienzos de los noventas. Ya era un reputado latinoamericanista y se había ocupado de casos como el brasileño, el mexicano, y el argentino a propósito de autoritarismo y seguridad social. Cierta vez dijo que le molestaba que algunos de sus colegas le tuvieran por “intelectual chico” puesto que se había ocupado (y volvía siempre) a ese “país chico”, aunque esa época ya había ampliado esa preocupación a la región andina (al menos Perú y Ecuador también) y su perspectiva comparada con los del Cono Sur. Sus varios su tutorados, casi ningún gringo, coincidimos que era exigente, con alguna incomodidad, yo decía que era como si pretendiese ser “nuestro padre intelectual”. Mis compañeros me miraban con cierta cara de reproche, cuando en medio de una explicación del pensamiento de Weber o Tocqueville –lo mismo da-, volvía a contarnos la previsión aguda de Paz Estenssoro a propósito del desenlace electoral y posteriores acuerdos que le permitieron ejercer la presidencia por última vez en el periodo 1985-89. No era al único personaje político que admiraba de nuestro país. En realidad, sin menoscabo de su mirada crítica sobre el proceso político nuestro, debo contar que me impresionó la única vez que visitamos su casa con esos compañeros rioplanteses que lo teníamos de consejero: la paredes tenían textiles norpotosinos o chuquisaqueños y en el centro de sala, sobre la mesa una preciosa máscara de la diablada orureña; parecía la casa de un exiliado boliviano añorando volver a la patria.

El rol político de la universidad

Posted by Gonzalo Rojas Ortuste 16:13:00, under | No comments

*(publicado en La Razón en el suplemento el Animal político, La Paz, 8 de diciembre del 2013 y la semana siguiente en el columna virtual de ANF). En este texto daremos prioridad a lo programático antes que al diagnóstico para centrarnos en el horizonte posible de la universidad pública. Algo, sin embargo, hay que decir de lo primero para que desde lo que está en curso puedan afianzarse los espacios preservados de la mediocridad y corregir y reformar aquello que le impide una proyección como la que explicitamos luego. Lo primero es concordar en que es disímil el panorama no solo entre las distintas universidades, sino en el interior mismo de cada una y aun dentro de una misma facultad en referencia a la calidad de la formación allí impartida, sus docentes y estudiantes. También es claro que el sector de los administrativos tiene un poder vinculado a la ejecución presupuestaria desproporcionado a su rol específico, de facilitador. Si bien no son parte del “cogobierno” (docente-estudiantil), en la medida que disponen de la llave de los recursos monetarios, manejan éstos con procedimientos ya caducos para el tamaño de las universidades y no tiene las actualizaciones que por ejemplo son materia conocida en la carrera de administración, donde el paradigma burocrático podría ser presentado como antecedente muy lejano del gerencial. No ocurre en cada centro, pero es claro que, en algunos, los dirigentes estudiantiles disponen de recursos y poder más allá de lo vinculado a un diseño de equilibrios y controles cruzados. Finalmente, en ciertas carreras y facultades hay grupos de profesores que forman camarillas con objetivos ajenos al desarrollo académico. En el ámbito de las fortalezas relativas existen carreras con profesores y profesoras de importante trayectoria, que han hecho de la educación superior su vocación de vida y consiguieron establecer estándares que apuntan a la excelencia y competitividad académica. Usualmente son carreras y centros de investigación con relativo poco alumnado y también reducido número de docentes e investigadores, donde existe comunidad académica que actúa como tal. Y ahora algo de lo que puede ser y es coherente con el pasado, incluso no muy lejano, donde el papel de la universidad (la única existente entonces, la pública) era relevante en el debate político. Ayer como ahora, el saber y la inteligencia en específico contexto son útiles y orientadores. Y aquí es que la autonomía universitaria es imprescindible, en su ámbito específicamente intelectual y moral. La actual Constitución, como las anteriores (desde la de 1938) la describe en términos financieros y materiales, que sin duda es requisito, pero para que pueda ejercerse la otra, la de libertad de pensamiento sin más cortapisas que la responsabilidad de sus protagonistas. Se ejercita, además, en un contexto de amplio pluralismo, que, sin embargo, no se trata de “cualquier cosa tiene igual (ningún) valor”, sino que contrasta unas afirmaciones con otras obligando a que los argumentos pesen y sobresalgan, lo que desarrolla en el conjunto involucrado una capacidad de juicio necesariamente valorativo, por eso decíamos “moral”. Esa responsabilidad demanda perspectivas de mayor aliento, el largo plazo, a despecho del inmediatismo político-partidario. No tanto como correctivo, y menos sustitución de ese ámbito, cuanto como persuasivo señuelo que interpela a la sociedad civil (de la que es parte) mientras que no desatiende su colaboración al Estado, en tanto expresa un bien público, pero no se confunde con él. Como resultado de nuestra intensa vida política pugnaz, esas perspectivas de más amplio arco de tiempo quedan mayormente minimizadas y sabemos que nada importante se construye en un instante. Es verdad que vivimos una época de cambios que comparada con otros periodos pueden calificarse de vertiginosos. Pero sería iluso pensar que todos son deseables y edificantes. Por ello, la idea de continuidad (asociada a la memoria) y apertura (especialmente ante la refundación permanente del poder político), son, de nuevo, demandadas con el equilibrio que resulta de la comprensión de fenómenos en curso, de suyo complejos. Precisamente lo de apertura requiere de investigación, de producción de nuevo conocimiento, pero en función de marcos más generales y una compresión lúcida de los contextos de nuestra sociedad y del mundo. Por ello resulta miope, por ejemplo, eliminar expresamente de recursos frescos (como el IDH) a centros de investigación “que no dependen de alguna facultad” cuando precisamente su creación responde a la necesidad de responder multidisciplinariamente a fenómenos complejos, digamos el desarrollo nacional. Concluimos con dos o tres temas en los que el trabajo universitario y su proyección política puede hacer la diferencia: El tratamiento de la interculturalidad, hacia adentro, la propia sociedad boliviana en su pluralidad cultural, no como moda, sino como dato estructural. Recoge saberes, se enriquece con ellos pero también es capaz de no ceder a ciertas (m)odas poco serias y demasiado románticas: siempre con apertura a debate, como prueba última de validación, que es forjar y contribuir a diseminar un ethos democrático. Hacia afuera, en al ámbito internacional, una comunidad universitaria sensible y atenta a procesos de integración e interacción en varios ámbitos, no únicamente “técnicos”, pero no entreguista. No ser ingenuos en relación a intereses. Los políticos tienen su espacio y mérito (“conocimiento práctico”) y en ellos el sentido de lo urgente actúa más; el de la perspectiva más ponderada y liberada de la presión de la tumultuosa política, en la academia. Y finalmente una sostenida política de becas, con criterios primordialmente meritocráticos, como forma de inserción de las mentes más promisorias al esfuerzo permanente y la autoexigencia: hábitos de carácter ciudadano activo e influyente que, en los varios ámbitos de desempeño, contribuyan a ampliar una cultura de trabajo intelectual y moral serio, que de lo festivo abunda.

La oposición: ¿el riesgo de los reyes chiquitos?

Posted by Gonzalo Rojas Ortuste 16:04:00, under | No comments

*(Publicado en La Razón, "Animal Político", domingo 12 de enero del 2014 y la semana del 14 del mes como columna virtual en ANF, Agencia Nacional Fides) Este 2014 la oposición tendrá una prueba difícil, puesto que no depende tanto de lo que haga el populoso MAS y el presidente-candidato, sino de sí misma; es decir, de los miembros directivos más visibles de las distintas fracciones y expresiones que la conforman. Abundando esta formulación, digamos que se requiere comportamiento de mediano y largo plazo, que es justo la característica que en general carecen los políticos y que en el caso que nos ocupa implica un nivel de modestia y consideración a intereses generales, que tampoco es un rasgo notable de cualquier político, especialmente de los que pretenden una proyección presidencial. A continuación un recuento de las principales fuerzas opositoras para ponderar esa proyección y sus reducidas posibilidades de éxito, individualmente consideradas. El Movimiento Sin Miedo (MSM) tuvo una precipitada proclamación de candidatura presidencial de su líder histórico, Juan del Granado, afectando así, quizás de manera irrecuperable, posibilidades de una alianza con otras fuerzas de relativa envergadura. La trayectoria del MSM es valiosa en la construcción del espacio público democrático en nuestro país, incluido el rol de Juan contra la impunidad de la última dictadura militar, además de su notable influencia en la capital política del país. Por ello su participación en un eventual frente era -y sigue siendo- de insoslayable importancia. Cuenta con un valioso y crítico diagnóstico de la situación política del “proceso de cambio”, y como pocos sabe que esos importantes triunfos de los primeros años del régimen son resultado de una acumulación del propio proceso democrático boliviano y no patrimonio exclusivo del MAS ni del presidente Morales. El Movimiento Demócrata Social (MDS) que encabeza el gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, representa la vigencia del reclamo autonómico en el país y ha transitado de posiciones intransigentes cuando este político ejercía de cabeza del Comité Cívico cruceño a unas más afines al juego democrático en una comunidad política nacional. Su nuevo denominativo (dejando el de Verdes, que aludía a una identidad regional) y su proclamación presidencial en Cochabamba enfatiza una proyección nacional y una autoinscripción ideológica (socialdemocracia) que implica también una comprensión del rasgo ideológico mayoritario donde hay que dar la disputa por las adhesiones electorales. Las intervenciones en la prensa de Oscar Ortiz son muy explícitas en la reinvindicación de las premisas básicas de cualquier democracia moderna, como si dijéramos, que ha ocurrido una concienciación acelerada del valor del pluralismo político a partir de la conculcación más o menos cercana de opositores de tierras bajas. El Frente Amplio (FA), cuya expresión político electoral más visible es Unidad Nacional encabezada por Samuel Doria Medina no tiene un anclaje territorial tan visible como las dos fuerzas anteriores y ello podría ser una ventaja en una articulación de fuerzas, y es de allí justamente de donde la convocatoria de FA es más consistente y persistente. Hasta ahora ha sumado a grupos pequeños en número pero de peso cualitativo por su capital intelectual y moral. No hace falta coincidir en cada una de sus formulaciones, pero es indudable que hay que saludar su tenor democrático al proponer a la discusión pública cuestiones como el cosmopolitismo versus un cierto nacionalismo sobre todo de cuño étnico de la retórica oficialista y no caer en el extremo del chauvinismo. De otra parte, con las experiencias de éxito electoral en el Beni y en Sucre donde se derrotó al oficialismo, hay que reconocer la validez y viabilidad de convocatorias anticaudillistas y de proponer un liderazgo colegiado como compromiso de maduración democrática. Los y las candidatas con menos seguidores en las encuestas, sin menoscabo de sus méritos personales, todavía no han generado una proyección que puedan ser considerados con posibilidades reales de éxito debieran contribuir a formar elencos de personalidades (por ejemplo para senadores o ministros en áreas de su especialidad) alrededor de aquellas con mayor convocatoria, no como pragmática alianza, sino alentando una discusión que mejore las propuestas electorales elevando el contenido programático de aquellas. Como la dinámica política en Bolivia es muy intensa, no podemos descartar que las tres opciones que repasamos puedan todavía aliarse aumentando sus posibilidades de mejor desempeño en los comicios de fin de año y debieran seriamente intentarlo. Sabemos que las consideraciones ético-políticas tienen límites en su efecto persuasivo, pero las razones de contexto y del rival mayor debieran tener la debida atención. Y ahí es que vale la pena recordar que el presidente-candidato tiene mucho a su favor, desde la bonanza económica que le tocó administrar y como sabemos money talks con efecto a mucha gente sin mayor compromiso programático, la sostenida campaña de tipo electoral en medio de una cultura política caudillesca mayormente (auténtico “caballo del corregidor”); y no menor, una administración de justicia grandemente cooptada incluyendo un árbitro de dudosa imparcialidad, como se ha mostrado recientemente con la habilitación inconstitucional para la candidatura del binomio oficialista y las declaraciones del tribunal electoral amenazantes para los opositores y complaciente con el oficialismo que tiene formalmente prohibiciones de uso de recurso públicos para proselitismo partidario. Ojalá este sentido de supervivencia esté más sensible para que lo meritorio y valiente que tiene constituirse en opositor a un régimen intolerante con la disidencia tenga un sentido mayor que el solo testimonial, y pueda dar continuidad a la vida democrática revitalizada con mayores grados de inclusión; es de esperar, con el ejercicio de libertades políticas sin amenazas.