De nuevo, el listado de opciones de autoidentificación de la boleta propuesta para el Censo nacional que debe llevarse adelante este año ha desatado una polémica, donde la mayoría de las posiciones reinvindican incluir la opción “mestizo” en tal listado. Vamos a argumentar aquí algo inclusivo para quienes de otro modo sólo tiene una opción negativa (“no pertenece”, los que en el censo anterior fuimos “ninguno”), que creemos presenta ventajas a la demandada por la mayoría de colegas.
Digamos de inicio que las identidades sociales e individuales son varias, dependen de las circunstancias, de tipo histórico, social y geográfico; o como dicen los discursos postmodernos “contingentes y contextuales”. En una sociedad democrática esta variedad debe poder expresarse; a contramano, los regímenes autoritarios prefieren una dimensión identitaria (para cooptarla o controlarla) y cuando tiene connotaciones religiosas (de credo), éstas se hacen integristas, fundamentalistas.
Una identidad importante en el mundo contemporáneo tiene que ver con la de la ciudadanía en el Estado-nación, la nacionalidad. Esto está vigente todavía, aun hoy en tiempos de “glocalización” (globalización + localismo). Un texto clásico del tema, el de B. Anderson (1993), Comunidades imaginadas, enfatiza el rol –precisamente- de los censos, mapas e himnos nacionales en la creación desde el Estado del sentido moderno de nación. Se trata de que los miembros formales de esos estados, creados a inicios del siglo XIX para nuestro continente, se sientan parte de esa inmensa “comunidad”, a la vez limitada. En Europa fue desde mediados del siglo XVII, con la paz de Westfalia que se dio inicio al nacimiento del moderno Estado-nación, justo homogenizando territorios con soberanos de explícito credo religioso. Llevó tres siglos su configuración a escala mundial con ese formato (final de la segunda guerra mundial), por lo que debemos ser conscientes de que una construcción de tal magnitud no desaparece de un día a otro y basta ver los avances y retrocesos en la integración política continental en la Europa contemporánea.
Esta dimensión afectiva y volitiva del censo, claramente está manifestada en esta pregunta de autoidentificación, pero referida exclusivamente a las “naciones” indígena-originarias campesinas y afrobolivianas. En esta versión ya no son las 36 que se enlistan como lengua en la Constitución, sino ¡56![1]. El censo de 1992, como el de 1976 casi invisibilizaban las diferencias culturales (sólo registraban lengua materna), ahora vamos al extremo de aumentar crecientemente estas adscripciones, como si de tribalizar el país se tratara.
Tratemos de equilibrar la cuestión. Es legítimo que las identidades étnico-culturales se expresen; de hecho, gran parte de la novedad del régimen actual se basa en esa legitimidad. Pero es también necesario que se exprese la nación boliviana, no como categoría residual, sino como una positiva, con los afectos y voluntad que implica “ser en el mundo” como escribe nuestro Zavaleta en su postrer Lo nacional popular en Bolivia hace un cuarto de siglo: “…una racionalización totalmente válida porque, al menos en el mundo que vivimos, es mejor ser una nación que el no serlo y la forma de ser en la época es serlo en la forma de naciones” (p.181). Se lo debemos a nuestros héroes republicanos, los del Chaco para mayor familiaridad (la masa de nuestros invisibles muertos, diría E. Canetti).
Congruente con el Art. 3 de la CPE actual, donde la nación boliviana aparece como la nación de naciones, ésta debe poder manifestarse de manera que la inmensa mayoría tendrá al menos una identidad positiva, y de manera no excluyente dos o tres. A las tendencias centrípetas de localización (donde hay que incluir el clivaje regional), acompañamos un fuerza de tipo centrípeto. Y verdaderamente necesitamos ese vector en los afectos y voluntades: La auditoría de la democracia Informe Bolivia 2004, que el proyecto LAPOP por M. Seligson, D. Moreno y V. Schuarz (2005: p. 39) nos coloca en último lugar (con 85%) en orgullo de nacionalidad (estatal) entre 10 países latinoamericanos y ocho de ellos están con 92% ó más. Y esto es antes de que seamos Estado plurinacional con autonomías…
Unas palabras sobre la opción “mestizo”. Como identidad sinónima del proyecto de estado homogéneo ya cumplió su ciclo político. Todos los estados, incluido el mexicano –donde tal proyecto fue explícito desde José Vasconcelos con la “raza cósmica” y en su momento exitoso, son parte ahora del constitucionalismo latinoamericano que reconoce –con grados de intensidad distinto- las diferencias étnico-culturales. Por las mismas encuestas de LAPOP –y otras con esos dos tipos de preguntas- sabemos que los “ninguno” se sienten mestizos, pero también una buena parte de los que se sienten además identificados con algún pueblo indígena. Con la categoría “boliviano/a” esa al menos doble identidad crecerá significativamente evitando que la diversidad sea dispersión.
No se trata sólo de agregar, sino de hacer patente en el cuerpo social y en sus eventuales planificadores la complejidad del asunto que nos induzca –de nuevo socialmente- a pensar la interculturalidad como encuentro enriquecedor y no de confrontación; o al menos no únicamente de ello, que en eso ya tenemos una larga tradición con notorios claroscuros. Soy consciente de que “boliviano/a” no es una categoría étnico-cultural, sino política. Precisamente por ello insisto en incluirla. Es la categoría más incluyente posible en un censo nacional, además está vigente en el mundo y lo estará por un tiempo que los nacidos en el siglo XX la seguiremos viendo por el resto de nuestros días y es posible que nuestro compatriotas del XXI también.
[1] En un taller para discutir estos temas organizado por el Instituto Prisma y la UAGRM en Santa Cruz (3-II-12), un funcionario del INE respondió que se incluyó 4 tipos de mojeño (ignaciano, javeriano, loretano y trinitario) por solicitud mediante carta de las organizaciones de ese pueblo. Está claro que ese no puede ser el criterio de inclusión de más pueblos.
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